miércoles, 4 de junio de 2008


El mecánico de paraguas


El viejo mecánico de paraguas caminaba convencido de que los recuerdos eran como los charcos, se acababan corrompiendo o secando, piezas presas de un puzzle dinámico que aumentaba su complejidad por momentos, creciendo; y a veces ocurría que viejas piezas manoseadas y reblandecidas por la humedad reinante en los pasadizos de la memoria adquirían la obligación de dar coherencia al resto, una apariencia de talismán para la que no habían sido creadas y que por lo tanto les quedaba grande, como a Rosebud o a la magdalena del Proust que buscaba el tiempo perdido. Pero ya casi no recordaba los charcos y por eso hay quien dice que lo que realmente necesita el viejo mecánico de paraguas es solo gente que tenga muchos paraguas rotos.

Sabía que el orgullo, ese animal extraño que se alimenta de sombras y dudas y vive detrás de las miradas, había llevado a los habitantes de Celsia a desechar tras el primer error a sus viejos compañeros de chaparrones que ahora compartían destino con todo lo que sobraba, siempre cabeza abajo pues los paraguas, como casi todos en algún momento, necesitan una mano tutora que guié sus pasos aun dando por supuesto el evidente hecho de que los paraguas a pesar de todo no andan.

Aquella tarde charcos y paraguas brillaban por su ausencia, el sol se desplomaba sobre cada una de las cabezas que se aventuraban a desafiarle, y el sombrero negro del viejo mecánico, que una vez fue redondo, planeaba por la calle técnicamente solo. Siempre llevaba sombrero pues debido a su oficio el clima hacia mucho tiempo que había dejado de ser un secreto y conocía bien, como él solía decir, "las puñalas del Loren".

No conozco nada más parecido al amor que la lluvia, las dos las siento primero con los huesos, pero sin poder calcular con exactitud su intensidad y consecuencias- se dijo. Ambas se desean con más fuerza cuando el sol aprieta y tienden a evaporarse para luego regresar violentamente. O no hacerlo jamás. Nadie las conoce, todos lo intentamos y como de casi todo siempre hay alguien que vive de ello.

Fue en ese preciso instante, victima de lo unos denominan inspiración solariega y otros simplemente insolación cuando el mecánico de paraguas decidió bruscamente cambiar aquel oficio por el de las sombrillas.

No hay comentarios: