Absolutamente hastiado y asqueado de la clase política que percibo allá por donde mire, asombrado aún con el insondable ejercicio de autocomplacencia circense del Psoe, partido que recordemos tiene todo el jodido país para expresar su buen hacer y prefiere reducir esa expresión a vomitivos shows, tanto como del chacalismo desmedido, caníbal, e irresponsable del PP o el juego de la inconsistencia de los sindicatos, he vuelto a visitar al tío Ambrose. Y es que el tío Ambrose en su punzante sabiduría tiene definiciones que conforme voy contando canas encuentro más estremecedoramente acertadas:
Sostenía el tío Ambrose, por ejemplo, que la política era el medio de ganarse la vida preferido por la parte más degradada de nuestras clases delictivas, y que las elecciones primarias no eran más que un puchero político del que el fuego de la corrupción había evaporado la mejor parte y dejado solo los restos; decía también que un elector era alguien con el dudoso privilegio de votar por la persona que ha elegido otro, y es que el tito Ambrose era la leche. Siempre me acaba asomando la sonrisa, ya sea leyendo la definición de hombre: animal tan ensimismado en la extasiada contemplación de lo que se cree que es que se le pasa por alto lo que indudablemente debería ser. Su principal ocupación es el exterminio de otros animales de su propia especie, la cual pese a todo, se multiplica con tal rapidez, como para infestar toda la tierra habitable, y también Canadá, o la de Fe: Creencia sin pruebas en lo que dice alguien que habla sin saber de cosas que nunca ha visto.
Y es que el viejo Ambrose Gwinet Bierce esconde en su diccionario del diablo tesoros que alegran cualquier tarde.
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