domingo, 20 de septiembre de 2009

20-09-2001



A finales de aquel verano el mundo parecía que iba a desplomarse sobre nuestras propias cabezas, los periódicos y los informativos destilaban pánico a magnitudes tales que no se habían conocido nunca antes en la historia, y los aviones, esos aparatos sin los cuales sería imposible entender el siglo XX parecían más que nunca depredadores. Pero al joven Phileas apenas le inquietaba todo eso, apenas le llenaba un dos por ciento de su vaso de las preocupaciones, colmado como estaba por la posibilidad de tener que suspender su viaje a Italia después de haber pasado todo el verano en un cubículo de escasos diez metros cuadrados para hacerlo posible. Así que justo antes de tomar aquel avión se dijo a sí mismo, si tiene que pasar algo, que sea a la vuelta. Y se marchó, y las vivencias de ese viaje que comenzó en Venecia y acabó en Napule pasaron a conformar parte de su paisaje interior, y aunque tardó años en comprender que muchas experiencias importantes en la vida acaban desligándose de las personas con las que las compartimos para tener su propio peso específico, aún atesora cada paso que dio en ese viaje, cada postal de su Italia.

1 comentario:

TATIANA SANCHEZ SIERRA dijo...

... y todas las cosas que te quedan por atesorar.
Yo me alegro de esas "desligaciones", y de la persona en la que te has convertido