Dito tenía seis años y un sueño, el Castillo de Greyskull, una inexpugnable fortaleza de plástico duro cuya fachada simulaba una gran cadavera desde donde descendía una puerta levadiza con colmillos incrustados. Lo máximo según Dito, que pasaba las últimas horas de la tarde de aquel cinco de enero intentando empujar las agujas del reloj del salón para evitarse la impaciente espera.
La mañana siguiente, cuando se bajó de la cama de un salto, se puso las zapatillas y entró en el salón, se quedo de piedra. En el suelo, entre un jarrón y el mueble de la tele se alzaba imponente un castillo verde oscuro, repleto de recovecos en la fachada que ofrecían a Dito un sinnumero de posibilidades para culminar sus historietas con los muñecos. Pero algo iba mal, porque ese entusiasmo que sentía parecía no ser compartido por sus padres.
La madre, sentada en una silla del salón parecía encontrarse mal y el padre no hacía más que hablar por teléfono muy nervioso, y mientras Dito se preguntaba como demonios podía haber algo más importante en este mundo que aquel maravilloso castillo, sus padres no le hacían demasiado caso.
Entonces llego el caos porque de repente los padres se fueron de casa dejando a Dito con los abuelos recién llegados, quienes también parecían estar más interesados en hablar por teléfono que en disfrutar de épicas historias de fantasía ilimitada en las que los protagonistas superaban mil calamidades para poder escapar de una fortaleza maldita.
Pero a los pocos días sus padres llegaron a casa con algo que, aunque a Dito le costo un tiempo reconocerlo, era un regalo infinitamente mejor que un castillo cuya puerta podía devorar muñecos con sus afilados dientes. Su hermana Lola.
La mañana siguiente, cuando se bajó de la cama de un salto, se puso las zapatillas y entró en el salón, se quedo de piedra. En el suelo, entre un jarrón y el mueble de la tele se alzaba imponente un castillo verde oscuro, repleto de recovecos en la fachada que ofrecían a Dito un sinnumero de posibilidades para culminar sus historietas con los muñecos. Pero algo iba mal, porque ese entusiasmo que sentía parecía no ser compartido por sus padres.
La madre, sentada en una silla del salón parecía encontrarse mal y el padre no hacía más que hablar por teléfono muy nervioso, y mientras Dito se preguntaba como demonios podía haber algo más importante en este mundo que aquel maravilloso castillo, sus padres no le hacían demasiado caso.
Entonces llego el caos porque de repente los padres se fueron de casa dejando a Dito con los abuelos recién llegados, quienes también parecían estar más interesados en hablar por teléfono que en disfrutar de épicas historias de fantasía ilimitada en las que los protagonistas superaban mil calamidades para poder escapar de una fortaleza maldita.
Pero a los pocos días sus padres llegaron a casa con algo que, aunque a Dito le costo un tiempo reconocerlo, era un regalo infinitamente mejor que un castillo cuya puerta podía devorar muñecos con sus afilados dientes. Su hermana Lola.
1 comentario:
precioso cariño
yo pedi por reyes en una ocasion un peaso de compañero para compartir mi vida, y se ve que me he portado muy bien, porque en el 2007 me trajeron al mejor.
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